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Cittie Of York
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Cittie Of York
Cittie Of York
Cittie Of Yorke tiene la barra más larga de Gran Bretaña. Es un majestuoso pub histórico que atrae a una gran multitud a la que le gusta la cerveza. Se sirven platos al precio establecido pero también hay un bufet en la barra de abajo. [/color]
Invitado
Re: Cittie Of York
Flashback || 5 de Agosto
Noah entró con un firme paso en el local haciendo un sonoro ruído cuando la puerta chocó contra la pared. En una normal situación la gente se habría girado para ver quién había causado semajante escándalo pero en aquel pub no. La gente estaba demasiado abosorta con su bebida y pegando pequeña caladas. Nunca había entendido porqué pero los muggles ingleses eran unos borrachuzos Pero bueno, Noah sobre el consumismo de alcohol no podía hablar. Se acercó con sonoros pasos hasta la barra, dejando apoyar su brazo derecho mientras que con el izquierdo llamaba la atención del camarero para que le sirviera una de sus famosas espumeantes cervezas. Mientras esperaba a esto sacó uno de sus pitillos del pantalón vaquera y lo encendió viendo el panorama del pub
Invitado
Re: Cittie Of York
(Flashback, 5 de agosto)
En algún rincón del bar, un reloj empezó a soltar sus once campanadas, pero un blues de Bob Dylan en los altavoces sepulta el reloj, y la enervada clientela del lugar sepulta el blues, así que nunca me entero cuanto tiempo llevo sentado a la barra esperando a Malcolm, bebiendo cantidades industriales de Guiness extra helada y fumando los últimos cigarrillos que le confisqué a mi hermanito. Malcolm es el único amigo muggle que no dejó de hablarme cuando supo que soy mago, que toda mi familia está llena de esos bichos raros, y que no he pasado los últimos cinco años de safari con mi padre paleontólogo en África, sino en un castillo de Escocia estudiando magia y hechicería.
Nunca pensé que salir del closet mágico con mis amigos sería un dolor de cabeza. Evan, Claude, Anne-Marie y Hector dijeron que no había problema, que conocían mucha gente así y los respetaban, pero igualmente dejaron de responderme las llamadas cuando traté de explicarles porqué las escobas son mejores que las raquetas. Erica, Roger, Tomly, George y Chloe se cabrearon porque, en serio, ¿estoy tan necesitado de atención? ¿No es suficiente con esa tontería del pelo? Las gemelas Wilson me llamaron satanista, hereje o algo así, y prometieron orar por mí en su próxima reunión por la salvación de almas condenadas al Inframundo. Mi madre sigue furiosa por mi falta de prudencia, y mi padre dice que puedo costarle su empleo en el Ministerio, y en realidad me gustaría saber por qué diablos tuve que reunirlos a todos en ese reservado de la esquina para mostrarles mi varita mágica y luego un ejemplar del Daily Prophet y luego…
Y una mierda. Bebo otro trago de cerveza, y siento la espuma haciendo cosquillas en mi garganta. La Guiness no me gusta tanto, pero es la única cerveza que puedo beber durante horas sin tambalearme ni un poquito. La cosa es que no se compara con el whisky de fuego, y la perspectiva de subir al tren mañana y pedirle a los Hufflepuff una botella de contrabando me anima un poco. Saco otro cigarrillo, un cigarrillo aplastado y arrugado, y lo enciendo. Me siento culpable con Albarn, prohibiéndole fumar cuando yo lo hago desde los doce años, pero Jarvis sigue en Islandia sin molestarse en enviar una puta lechuza, y normalmente él se ocupa de los castigos y las lecciones de moral. Me pregunto si recuerda que mañana debo regresar a Hogwarts y que debe regresar para cuidar de Albarn mientras mamá regresa de Afganistán. Me pregunto si mamá sabe que mañana regreso a Hogwarts y si llamará para desearme suerte o algo…
Y una mierda. Bebo otro trago, y detesto ponerme tan melancólico en las vísperas del primero de septiembre. Hay una chica al otro extremo de la barra echándome una mirada borracha y que pretende ser sensual, así que me volteo para mirar a través de los cristales empañados de la puerta. Mañana a esta misma hora ya estaré en mi dormitorio de la torre Ravenclaw, y conociéndome echaré de menos este bar oscuro y atestado de gente... De pronto, la puerta se abre, y en el umbral se planta un chico altísimo, tremendamente rubio y tremendamente guapo. Echa un vistazo desdeñoso, se acerca a la barra, a unos metros de distancia, y pide algo al camarero. Cuando mete la mano al bolsillo de los vaqueros, no puedo evitarlo y me fijo en su culo. Tal vez sea mi imaginación, pero los turistas, y en consecuencias los culos de los turistas, son mucho más atractivos que los londinenses promedio. Aunque, a todas luces, yo también soy un turista entre esta gente. El chico rubio enciende un pitillo, y agradezco la arquitectura del lugar que me deja mirarlo de reojo sin parecer un avestruz psicópata.
En algún rincón del bar, un reloj empezó a soltar sus once campanadas, pero un blues de Bob Dylan en los altavoces sepulta el reloj, y la enervada clientela del lugar sepulta el blues, así que nunca me entero cuanto tiempo llevo sentado a la barra esperando a Malcolm, bebiendo cantidades industriales de Guiness extra helada y fumando los últimos cigarrillos que le confisqué a mi hermanito. Malcolm es el único amigo muggle que no dejó de hablarme cuando supo que soy mago, que toda mi familia está llena de esos bichos raros, y que no he pasado los últimos cinco años de safari con mi padre paleontólogo en África, sino en un castillo de Escocia estudiando magia y hechicería.
Nunca pensé que salir del closet mágico con mis amigos sería un dolor de cabeza. Evan, Claude, Anne-Marie y Hector dijeron que no había problema, que conocían mucha gente así y los respetaban, pero igualmente dejaron de responderme las llamadas cuando traté de explicarles porqué las escobas son mejores que las raquetas. Erica, Roger, Tomly, George y Chloe se cabrearon porque, en serio, ¿estoy tan necesitado de atención? ¿No es suficiente con esa tontería del pelo? Las gemelas Wilson me llamaron satanista, hereje o algo así, y prometieron orar por mí en su próxima reunión por la salvación de almas condenadas al Inframundo. Mi madre sigue furiosa por mi falta de prudencia, y mi padre dice que puedo costarle su empleo en el Ministerio, y en realidad me gustaría saber por qué diablos tuve que reunirlos a todos en ese reservado de la esquina para mostrarles mi varita mágica y luego un ejemplar del Daily Prophet y luego…
Y una mierda. Bebo otro trago de cerveza, y siento la espuma haciendo cosquillas en mi garganta. La Guiness no me gusta tanto, pero es la única cerveza que puedo beber durante horas sin tambalearme ni un poquito. La cosa es que no se compara con el whisky de fuego, y la perspectiva de subir al tren mañana y pedirle a los Hufflepuff una botella de contrabando me anima un poco. Saco otro cigarrillo, un cigarrillo aplastado y arrugado, y lo enciendo. Me siento culpable con Albarn, prohibiéndole fumar cuando yo lo hago desde los doce años, pero Jarvis sigue en Islandia sin molestarse en enviar una puta lechuza, y normalmente él se ocupa de los castigos y las lecciones de moral. Me pregunto si recuerda que mañana debo regresar a Hogwarts y que debe regresar para cuidar de Albarn mientras mamá regresa de Afganistán. Me pregunto si mamá sabe que mañana regreso a Hogwarts y si llamará para desearme suerte o algo…
Y una mierda. Bebo otro trago, y detesto ponerme tan melancólico en las vísperas del primero de septiembre. Hay una chica al otro extremo de la barra echándome una mirada borracha y que pretende ser sensual, así que me volteo para mirar a través de los cristales empañados de la puerta. Mañana a esta misma hora ya estaré en mi dormitorio de la torre Ravenclaw, y conociéndome echaré de menos este bar oscuro y atestado de gente... De pronto, la puerta se abre, y en el umbral se planta un chico altísimo, tremendamente rubio y tremendamente guapo. Echa un vistazo desdeñoso, se acerca a la barra, a unos metros de distancia, y pide algo al camarero. Cuando mete la mano al bolsillo de los vaqueros, no puedo evitarlo y me fijo en su culo. Tal vez sea mi imaginación, pero los turistas, y en consecuencias los culos de los turistas, son mucho más atractivos que los londinenses promedio. Aunque, a todas luces, yo también soy un turista entre esta gente. El chico rubio enciende un pitillo, y agradezco la arquitectura del lugar que me deja mirarlo de reojo sin parecer un avestruz psicópata.
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